viernes, 28 de marzo de 2014

¿Trabajar para vivir, o vivir para trabajar?

En el mundo laboral imperante, uno se encuentra con situaciones dolorosas, de abusos y extra limitaciones que vulneran incluso los derechos fundamentales de las personas. Ahora es normal escuchar historias de altos ejecutivos, muertos a causa de una afección derivada del estrés, jefes que abusan de su poder, el no pago de horas extras, ausencias a actividades familiares por causa del trabajo, etc.

Pero lo increíble de todo esto, es que además de aceptarlas, defendemos esas situaciones. No sé en qué momento, la humanidad decidió que el ideal absurdo de la competitividad era una forma de vida natural. Caminando por los pasillos de las empresas, ve uno en esos cubículos, cada vez más reducidos, personas serias, frente a una pantalla, tecleando su día a día, escribiendo el libro de su vida vacía. Pasan los días pensando en problemas que no son suyos, e incrementando un capital del que no obtienen un céntimo.

El miedo en las empresas es el factor común. Los asalariados soportan toda una carga de acontecimientos dolorosos, por miedo a ser despedidos. Siempre pensando en la carencia de oportunidades, encuentran su consuelo en la idea de que algún día, con mucho esfuerzo y dedicación, quizá encontrarán el oasis tantas veces soñado. Piensan que tal vez, al final de sus vidas, por lo menos sus hijos, podrán tener una vida más placentera. Pero la vida es ahora, y si ya no hay tiempo para sí mismos, por supuesto, tampoco lo hay para la familia.

Esto me recuerda que hace poco conocí una de las empresarias más importantes de la región. Madre de dos hermosos niños, y esposa de un atractivo vividor. Su vida transcurre entre reuniones y juntas, entre cócteles y viajes, entre problemas y cheques. Ella conoce el nombre de sus hijos, tal vez porque tiene buena memoria, pero es lo único que sabe de ellos, pues jamás les dedica tiempo. No hay cercanía humana, ni siquiera con los nuestros.

Hemos olvidado lo que significa "ser", y nos hemos esforzado por "tener". Pensamos que debemos llegar a ser alguien en la vida, sin darnos cuenta de que ya somos alguien, y eso debería ser suficiente. El "superarnos", lo limitamos a "enriquecernos", cuando en realidad ser mejores personas implica corregir nuestros defectos, y potencializar nuestras virtudes. Esto muchos lo tenemos claro, y es aquí donde llega la pregunta, ¿pero entonces, qué hacemos? Y esta reflexión se transforma en un círculo sin salida, lo único que podemos hacer es generar conciencia, primero en nosotros mismos, y luego en los demás. Debemos entender que sólo somos una ficha dentro de este gigante juego de monopolio. Porque esa es la verdad, y acaso ¿no es la verdad, aquello que nos libera?

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