Por: Máximo Luffiego García y Julio Soto López
Recientemente,
el Roto ha publicado una viñeta en la que aparece una nave
extraterrestre cerniéndose sobre un territorio de nuestro planeta; los
alienígenas de su interior exclaman: no hace falta bajar, ya lo
llevan los marcianos.
La ideología neoliberal es extraña a la humanidad y también a las leyes físicas y biológicas que imperan en el planeta Tierra.
A sus economistas los llaman economistas de la tierra plana
porque opinan y actúan como si creyeran que el planeta posee una
extensión infinita. Horadan la litosfera, tanto continental como
oceánica, en busca de minerales y combustibles fósiles en trance de
agotamiento; acaban con la biodiversidad de los bosques tropicales para
transformarla en combustibles a los que llaman renovables; realizan
una pesca intensiva sin tener en cuenta la capacidad de regeneración
de las especies y utilizan el agua como si fuera un bien ilimitado.
Cuesta creer que existan personas con cierto nivel de formación que
piensen así, por lo que solo la búsqueda obsesiva del beneficio
económico es la que explica esta permanente conversión del “capital
natural” en capital monetario y así obtener enormes beneficios . Los economistas de la tierra plana
creen que ambos tipos de capital son intercambiables y que la
naturaleza está a su servicio, ideas ambas bastante absurdas pues
deberían saber que las sociedades son tan dependientes de la naturaleza
como un feto lo es de su madre.
No parece importarles el hecho de que la capacidad de asimilación
de contaminación de algunos sistemas terrestres haya sido sobrepasada;
así ocurre con la atmósfera donde la concentración de gases
invernadero está produciendo un aumento de la temperatura cuyas
consecuencias son el deshielo de la Antártida, de los glaciares
continentales y del permafrost, consecuencias que, a su vez, atizan el
aumento de temperatura e intensifican el cambio climático.
Tampoco les preocupa el empobrecimiento de la biodiversidad,
seguramente el riesgo más peligroso de todos cuantos se están
desencadenando. La red de vida del Planeta, se está simplificando y no
sabemos hasta qué punto se encuentra ya deshilachada. De seguir así, no
solo está en riesgo la civilización humana sino nuestra propia
especie. No importa. Para ellos, la Tierra es un planeta que hay que
explotar, incluso, hasta convertirlo en un residuo estéril por
agotamiento y envenenamiento.
Han ideado un sistema económico de crecimiento continuo cuyo
germen es el préstamo a interés compuesto. Esto hace del endeudamiento
su principal negocio. De esta manera, esclavizan a la gente que se ve
obligada a trabajar cada vez un mayor número de horas para sufragar
sus deudas. Así, el sistema económico se ha convertido en un bucle de
crecimiento que, como un ciclón, absorbe recursos aceleradamente,
produce miles de millones de objetos innecesarios cada día, lanza
inmensas cantidades de residuos al medio y llena de beneficios los
bolsillos de las grandes empresas y bancos.
En la naturaleza, el crecimiento continuo es extraño. Lo normal es
que existan mecanismos para frenarlo. Por ejemplo , si en el proceso
de fecundación no se redujera previamente el número de cromosomas en
las células femenina y masculina, entonces en cada nueva generación se
duplicaría el número de cromosomas y a estas alturas de la historia
de la vida no habría nada que contar, pues la materia sería
insuficiente para producir tanto cromosoma . En el ámbito demográfico,
cuando una especie coloniza un nuevo territorio, al principio, el
crecimiento puede ser exponencial ya que, frente a los pocos
individuos colonizadores, el espacio y el alimento son cuasi
infinitos, pero a medida que aumenta el número de individuos su
crecimiento se verá afectado por la limitación de los recursos
alcanzándose un tamaño de la población en equilibrio con el medio.
Muchos organismos regulan mutuamente sus poblaciones mediante el
mecanismo presa-depredador y otros, como la mayoría de los
invertebrados, tras una fase de crecimiento exponencial, experimentan un
declive repentino por prescripción genética.
La competencia que han desencadenado los economistas neoliberales
tiene poco que ver con la ocurre en el mundo natural. En el mundo
natural la competencia está regulada genéticamente y existen
mecanismos de colaboración que la compensan. En nuestra sociedad, la
llamada libre competencia se rige por la ley del embudo; hay reglas
tramposas, como ayudas estatales a la banca, acuerdos comerciales
injustos, empleo del proteccionismo, etc. que benefician a los países
más poderosos frente a los más débiles.
No contentos con inventar este sistema económico de crecimiento
continuo, los capitalistas neoliberales lo han complementado con la
especulación financiera para enriquecerse más rápidamente. Crean dinero
jugando con la deuda de los prestatarios y con el cambio monetario y
lo sustraen produciendo burbujas en distintos sectores tan sensibles
como el de la energía y tan “sagrados” como el de los alimentos . Allí
donde ven negocio, compran barato, retienen el producto induciendo la
subida de precios y, más tarde, lo venden para obtener beneficios
descomunales. Si con ello generan hambrunas o si hunden la economía de
regiones y países, esto carece de importancia, son daños colaterales;
lo importante, para ellos, es obtener beneficios, engrosar sus arcas.
El reparto de la riqueza en el mundo es tan desigual que, además de
ser profundamente injusto, es un insulto a la inteligencia. Así, por
ejemplo, según Reich, en el país de los negocios por antonomasia y cuna
del neoliberalismo, Estados Unidos, ”(…) l os 400 estadounidenses
más ricos poseen en estos momentos más patrimonio que los 150
millones que estamos en la parte inferior todos juntos ”. (2). En España, en 2008, el 1% más rico de la población controlaba el 18,3% de la riqueza del país (3)
¿Son conscientes los poderes neoliberales de los problemas tanto
ambientales como humanitarios que acarrea la economía capitalista
neoliberal
No cabe duda de que es así y de que no cuestionan el credo del
crecimiento. Se han elaborado muchos informes a escala mundial por
agencias internacionales y científicos de diferentes especialidades
acerca de los límites al crecimiento, de la crisis energética que se
avecina por el agotamiento del petróleo, del cambio climático ya
instalado entre nosotros, de la pérdida de biodiversidad, de las
hambrunas agravadas por la especulación financiera, etc. pero no se
alcanzan acuerdos decisivos para frenar esta locura. Tim Jackson
presentó un informe, ahora editado como libro, a Gordon Brown para la
reunión del G-20 del 2009, titulado Prosperidad sin crecimiento,
en cuyas páginas se sostiene que el crecimiento económico llegado a
cierto límite es desaconsejable social y ambientalmente. Sin
embargo, los mandatarios de estos países y del resto del mundo continúan
realizando presupuestos para espolear el crecimiento.
Los periodistas Hans-Peter Martin y Harald Shumann informan de que
en septiembre de 2005 hubo una reunión de expertos, a puerta cerrada,
para analizar el futuro del trabajo en el siglo XXI. Este encuentro
concluyó que “la sociedad de los dos tercios que los europeos
llevan temiendo desde los años ochenta ya no describe el futuro
reparto del bienestar y la posición social. El modelo del mundo del
futuro sigue la fórmula 20 a 80. Se perfila la sociedad de una quinta
parte, en la que los excluidos - las cuatro quintas partes- tendrán que ser calmados con tittyainment”,
es decir, con una mezcla de entretenimiento aturdidor y alimentación
suficiente. Dichos expertos consideraban que no se debería exigir a
las empresas, en aras de poder hacer frente a la competencia global,
de que corran con este compromiso social, por lo que deberían ser
quizá los Estados o las ONGs quienes tendrían que hacer una labor de
beneficencia, procurándoles trabajo y algún tipo de cobijo.
El poder neoliberal es bien conocedor de lo que va a pasar. Y
visto lo visto, se da por descontado de que no va a hacer nada por
evitarlo. Dominando como lo hace los grandes medios de comunicación,
los desastres y penurias se presentarán como catástrofes naturales
que, con toda seguridad, harán una “selección natural” de la
población. Ellos esperan salir indemnes de estos riesgos. Naomi Klein
denuncia que el paso del huracán Sandy por Estados Unidos ha puesto de
relieve que los ricos son menos vulnerables que los demás, al
contratar cuerpos de seguridad propios para eludir sus efectos. No
contentos con ello, aprovechan la situación de shock de la población,
causada por este tipo de fenómenos propios del cambio climático, para
pedir que las zonas afectadas por catástrofes sean zonas libres de
regulación estatal, con el objetivo de privatizar bienes y servicios
públicos para redondear el negocio.
La política que está imponiendo el neoliberalismo en el mundo no
puede ser calificada de otra manera sino de criminal; están en camino
un ecocidio y un genocidio a escala global. La privatización o
eliminación de los sistemas públicos de protección social que están
intentando llevar a cabo, no hará sino aumentar los efectos de esta
“selección natural” sobre los más desfavorecidos y provocar un aumento
de la miseria y un ejército inconmensurable de parias. Es por este
motivo principalmente, por lo que es tan necesario preservar en los
distintos países estos sistemas públicos de protección y cohesión
social, impidiendo que se desmonten o privaticen.
Si este control ideológico, económico y político global que
realiza el neoliberalismo fuera establecido de manera imperceptible
por extraterrestres de apariencia humana tras la invasión de la
Tierra, no cabe duda de que, tan pronto como un pequeño grupo de seres
humanos se percatara del mismo, se formaría, a pesar de su dominio
sobre los grandes medios de comunicación, un estado de opinión mundial
que los desbancaría del poder rápidamente.
¿Hay alguna forma de diferenciar a los neoliberales de los
extraterrestres? Alan Turing, matemático británico del que celebramos
este año el centenario de su nacimiento, propuso un test para
diferenciar la inteligencia humana de la artificial. Si ante las
preguntas del test no hubiera forma de diferenciar las respuestas de
una máquina de las de un ser humano, entonces concluiríamos que tal
máquina es tan inteligente como un ser humano.
El Roto intuyó esta idea en su chiste. Si los neoliberales se
comportan de manera semejante a la de unos invasores alienígenas y, a
juzgar por su desapego hacia la humanidad y el Planeta, así es,
entonces no podríamos diferenciar unos de otros. ¿Qué más da que
sepamos que tienen un padre y una madre terrestres? Lo que cuenta es
si sus acciones ponen o no en riesgo a la humanidad y a la especie
humana.
Por si cupiera alguna duda de sus intenciones, un par de citas
sabrosas de un prohombre del crecimiento sin límites, Brian Berry,
tomadas del libro de Jorge Riechmann titulado Gente que no quiere ir a Marte, clarifican en qué manos está nuestro destino: “(…) aunque
deseáramos parar todo crecimiento económico, como algunos
ambientalistas nos instan a hacer, no habría nada a donde volver, si no
es a la pobreza, a las enfermedades y a la mugre urbana” “(…) La
Tierra no puede proporcionar el espacio vital y las materias primas
para una progresión geométrica tan colosal; el espacio mismo será
explotado. Entre las galaxias está el verdadero destino del hombre
durante los próximos diez mil años (…) La exploración y la
colonización humanas de esta extensión casi ilimitada de soles con sus
respectivos planetas constituye la verdadera actividad futura del
hombre”. En sus sueños insensatos e imposibles (para llegar a la
galaxia más cercana, Andrómeda, se tardarían 2,2 millones de años a la
velocidad de la luz), una vez estrujada e intoxicada la Tierra para
mantener el bucle de crecimiento continuo, ellos, los alienígenas, se
ven viajando a otros mundos en busca de una Nueva Atlántida baconiana a
la que dominar. Sin ir tan lejos, sueñan con Titán, un satélite de
Saturno repleto de mares y dunas de hidrocarburos que les proveería de
combustible durante algunos siglos más.
En Estados Unidos, el movimiento de los indignados, The occupy Wall Street, ha gritado a los cuatro vientos el lema “we are the 99%”,
frente al 1% que son los poderosos neoliberales. Somos el 99% de los
seres humanos los que estamos en riesgo. La humanidad ha de tomar
conciencia de que esta pesadilla es una auténtica invasión, de que han
abducido a millones de personas mediante el control ideológico y el
consumismo y de que se han infiltrado en los gobiernos del mundo para
cambiar las reglas de juego a su favor y en muchas organizaciones
tradicionales de izquierda para tratar de frenar cualquier rebelión
democrática. Sinceramente, se trata de nosotros o de ellos. Así de claro
lo expresa uno de ellos, Warren Buffet: “Marx tenía razón, la guerra entre clases sociales existe, pero esta guerra la ha ganado la mía, la clase de los ricos”. Y así lo expresa una de las nuestras, Naomi Klein: “Esta
crisis, o se vuelve una oportunidad para un salto evolucionario, un
reajuste holístico de nuestra relación con el mundo natural, o se
convertirá en una oportunidad para el mayor alboroto del capitalismo del
desastre en la historia de la humanidad, dejando al mundo aún más
brutalmente separado entre ganadores y perdedores”.
Ellos, los invasores, tienen un plan y no van a hacer nada para
cambiar de rumbo. Somos nosotros, el 99% de la humanidad, quienes
tenemos que dar la vuelta al reloj, acabar con una época agotada y
repleta de riesgos y abrir un tiempo de esperanza. Esperemos que
movimientos como el del 15M y las movilizaciones cada vez más masivas
que tienen lugar en distintos países sean indicios precursores del
cambio global que preconiza Klein. Pero solo aquellas corrientes
políticas que incorporen en su ideario el respeto a las leyes físicas y
a los límites de la Biosfera podrán sacarnos del atolladero. De
ello depende nuestro futuro y el de nuestros hijos.
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